Perú: sitiado por la delincuencia

Esta historia no ha empezado ahora, pero es ahora que sufrimos sus consecuencias. El ascenso del crimen organizado ha empezado hace tiempo y, como toda empresa en el reino del capital, ha florecido tanto que sus frutos amenazan convertirnos en el nuevo México, dominado por las huestes del narcotráfico.

Aquí no manda el gobierno, no existe un estado sólido, organizado y con autoridad. Los principales líderes políticos están embadurnados por actos de corrupción y crímenes; ya nadie confía en ellos. La desesperación ha calado en los jóvenes, las familias y los grupos humanos, muchos de ellos, se rebelan y se unen al crimen. Se allanó el escenario, estamos mirándonos cara a cara, al mismo nivel, con los delincuentes, nos disputamos los espacios públicos y las razones con ellos; es decir, estamos indiferenciados y totalmente confundidos.

Sus acciones, su lenguaje, sus argumentos nos copan día a día, nos ciegan y minan el juicio. Ayudados por sus medios de comunicación cómplices, nos han distorsionado los esquemas mentales tanto que, ahora,  perdimos de vista las distancias que nos separan y debatimos con ellos, al mismo nivel, en todos los escenarios. De manera que caímos en su juego, mordimos su anzuelo y, ahora, nos han sembrado serias dudas sobre lo que son los actos criminales que dañan, matan o corrompen. Así, ahora nos andamos con absurdos; como que al delincuente hay que convencerlo para que acepte la prisión como un justo final por sus acciones; que se autocondene y se arrepienta, que acepte el encarcelamiento como alguien que va cantando a un sanatorio.

Los absurdos y la duda se han instaurado en nosotros y nos han hecho olvidar el historial delictivo que acusa su estilo de vida dedicado al crimen; perdimos de vista a sus aliados comerciales y a todos los otros que forman parte de su organización criminal. De manera que ahora nos molestamos muy poco cuando hablan en público, se organizan en empresas, partidos y/o participan en política.

Además, las dudas sembradas, nos hacen titubear cuando se trata de aplicar la ley. Así, creamos "prisiones doradas" y nos ponemos a riesgo de sujetos que, dado su historial criminal, desconocen las reglas y justifican sus acciones ayudados por un cargo público de privilegio.

En conclusión, el Perú se encuentra sitiado por el crimen organizado que está copando la vida social peruana. Las cosas parecen seguir el camino que ha dejado a la sociedad mexicana en manos de los narcotraficantes. Por ahora, si queremos cambiar el rumbo, llamemos a las cosas por su nombre y no tengamos miedo de decir y hacer cosas que nos diferencien de los delincuentes de la calle y de los de saco y corbata.

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