Electores peruanos: ni tontos ni locos

Desde hace algún tiempo escucho decir a muchas personas que los peruanos somos poco inteligentes cuando se trata de elegir a nuestras autoridades y representantes políticos. Esta afirmación, desde que la escuché por primera vez, me pareció errada. Ahora, en este breve escrito, expongo algunas razones por las que la considero así.

Decir que “la población es idiota por elegir a los mismos corruptos de siempre” (1), no es acertada y, es más, considero que en el Perú son pocos los electores idiotas. Para demostrar esto sólo es necesario dar un vistazo a nuestra historia y observar la dinámica social que generó cada gobierno de turno. Al hacer esto notamos que, durante el Perú republicano, la mayoría de los jefes de estado trabajaron en función a sus ambiciones personales o intereses particulares. En casi todos los gobiernos se descubrieron indicios sobre esto así como se destaparon más de un hecho de corrupción. Sin embargo, en pocos de ellos se condenó a alguien por sus fechorías.

Las denuncias más recurrentes contra estos gobiernos fueron en torno a la creación de leyes con nombre propio, el copamiento de las entidades del estado, el control de los medios de comunicación, así como sobre hechos, unos más escandalosos que otros, que ponían en evidencia favores a empresas peruanas o extranjeras. En medio de todo ese barullo de denuncias los gobernantes de turno se empeñaron en tapar sus corruptelas, protegerse de la justicia y permanecer en el poder, olvidándose así de trabajar por el país. Con este afán se politizaron las instituciones públicas, -en especial las de mayor importancia para luchar contra la corrupción-, así como se enfocaron en crear programas sociales que -según se decía para disminuir la pobreza-, en realidad eran para ganarse la adhesión de los pobres y lograr su apoyo para “seguir tranquilos en sus asuntos” y hacer frente a las acusaciones.

Visto así, parece que gran parte de la historia política peruana ha sido un proceso corruptor que ha pasado la prueba del tiempo. En este proceso, las acciones llamadas políticas estuvieron orientadas a debilitar las entidades del estado, relativizar el crimen y diluir los valores morales. Así se crearon estilos de vida, en muchos adultos y jóvenes, colmados de desesperanza: muy tolerantes a la corrupción, permisivos ante la impunidad, con una moralidad laxa y bastante indiferentes a los problemas que no les afectaban directamente. De esta manera, lograron, por ejemplo, que el Poder Judicial, se aleje de su misión y otras instituciones relajen su labor fiscalizadora. Además, robar, balear o matar a alguien fueron perdiendo su contenido trágico y delictivo; ahora, ir preso no es tan malo y el que no roba es un tonto. El mensaje enviado a la población y encarnado en muchos peruanos es: ‘hagas lo que hagas siempre será lo mismo; aunque robes o mates, siempre habrá oportunidad para terminar como estrella de televisión, próspero empresario, alcalde, congresista e, inclusive, presidente de la república’. Ahora, los resultados de esta forma de hacer política son evidentes: ya no diferenciamos a los buenos de los malos, discutimos con ellos en el mismo escenario.

Un breve recuento
Durante el gobierno de Fernando Belaúnde se dieron eventos que mediatizaron la muerte.  La masacre de los 8 periodistas en Uchuraccay y el motín del penal El Sexto  (1,2), donde murieron 22 presos y que fuera transmitido en vivo por televisión, fueron los más impactantes. Estos acontecimientos por ser muy mediáticos, sentaron precedente a favor de la aceptación del crimen como cosa común. Esta pérdida de sensibilidad ante el asesinato se afianzó durante los años de la guerra interna que vivimos. Así se relativizó tanto el crimen que ya no nos horrorizamos ante él. Ahora la mayoría de peruanos se mantienen indiferentes ante actos bárbaros como lo sucedido en Bagua, donde perdieron la vida 22 personas. Hasta el día de hoy, no hay ningún responsable.

Los gobiernos de Alan García fueron los más nefastos para la quiebra moral de gran parte de la población. El copamiento de las instituciones públicas, los dólares MUC, el saqueo a los mercados del pueblo, la politización del Poder Judicial, y, en su último gobierno, la liberación de cerca de 3.000 narcos. Todos estos acontecimientos enviaron poderosos mensajes promoviendo la vida fácil, la delincuencia y el crimen. Esta labor promocional no fue cualquier cosa. Si hacemos un simple cálculo tendremos una idea de cuan grande es el número de los que se beneficiaron de ella. Sólo en la liberación de narcos, si lo multiplicamos por un número de cuatro familiares y un mínimo de cinco que conforman su red delictiva, entonces, tenemos suficientes electores para poner a más de un candidato en el Congreso de la República. Ahora, si sumamos a los hijos, nietos y más, de los beneficiarios del copamiento de las instituciones públicas, los dólares MUC, el saqueo de los mercados del pueblo, etc., el número se incrementa de manera considerable.

El de Alberto Fujimori fue otro gobierno en el que el latrocinio se institucionalizó y mediatizó con el auge de la televisión basura y, posteriormente, con la difusión de los denominados “Vladivideos”. La asociación del gobierno con el narcotráfico, los grupos paramilitares, el manejo político de los medios de comunicación, los sobornos a altas autoridades del gobierno, fueron elementos cotidianos que también tuvieron su impacto en la consciencia población peruana. En este gobierno también se trabajó de forma similar con los más pobres, muchos de ellos recibieron las dávidas del fujimorismo de manera directa con él único afán de ganar adeptos y apoyo al latrocinio más grande de la historia del Perú.

No hay que dejar de mencionar a los grupos -Sendero Luminoso y MRTA- que, coludidos con el narcotráfico y las malas mañas de algunos gobiernos, dieron su cuota a favor de la tolerancia, aceptación y promoción de la corrupción y el crimen en el país.

Pero el número de estos peruanos que han aceptado al crimen y la corrupción nunca deja de crecer. Así por ejemplo, un tal Remo, con un prontuario considerable, engendró a Remito y Lucita. Remito, agresivo y maleante, está siempre listo para meter bala al que lo delate, mientras que Lucita no sabe cómo explicar sus costosos inmuebles adquiridos. Esta es la descendencia corrupta de un papi de igual calaña. Así fueron creciendo el número de individuos. Ahora ya son cerca del 40% de la población peruana, si observamos el porcentaje de votantes que suelen tener esas organizaciones. Ahí están sus bases fieles que hoy les eligen y los reeligen.

Es así como el germen de la corrupción se instauró en la sociedad peruana. Muchos aprendieron a vivir de ella y ven esas actividades como una opción de vida. Estas personas llevan consigo la idea de que, si delinquen, "la pueden librar” en un sistema de justicia como el que tenemos ahora, eso lo muestran sus modelos todos los días; otro grupo importante está en instituciones públicas como seguidores incondicionales dispuestos a retribuir el favor. En otra esquina, están los empresarios que participaron de jugosos contratos o privilegios debido a normas y/o leyes hechas a su medida. En similar situación están los que se convirtieron por desesperanza o porque constataron la debacle moral de sus líderes, pero también están los que unieron por algún tipo de simpatía o afinidad. Que no te extrañe escuchar en ellos la frase “roba pero hace obras”.

Por el lado de las instituciones, por ejemplo, del Poder Judicial se ha convertido en emblema de este proceso corruptor; sus mensajes de promoción de la delincuencia e impunidad, debido a sus escandalosas absoluciones, nos llegan casi todos los días. Según una reciente afirmación del Ministro del Interior, el 95% de prontuariados fueron liberados. Pero también el Jurado Nacional de Elecciones que es incapaz de aplicar las reglas de juego electoral y permite la candidatura de personas con prontuario o que tienen pretensiones delictivas evidentes.

De esta manera, mientras el Poder Judicial siga emitiendo mensajes a favor del crimen y la impunidad, la población, en su desesperación por salir de la crisis, seguirá haciendo del delito su opción de vida, una forma viable y fácil de salir de la pobreza. Si el Jurado Nacional de Elecciones sigue permitiendo la postulación de cuestionados personajes, sus seguidores harán el resto: los elegirán. Así tenemos a un alcalde elegido luego de comprobarse que mintió en su hoja de vida y al que se le atribuye la desaparición de más de 20 millones de soles del municipio; una candidata que tiene el claro afán de liberar a su padre preso por corrupción y crímenes, con lo cual pretende quebrar o demoler lo que queda del sistema de justicia peruano; un candidato que liberó a miles de narcotraficantes y amenaza con afianzar el gobierno del narco en el país, etc.

Todo esto tiene muy poco que ver con la educación formal que recibimos en los colegios ni menos con la inteligencia de las personas. Más bien, está relacionado con lo que aprendemos de los ejemplos de nuestros líderes o de lo que nos transmite la realidad social a través de los diversos medios y procesos comunicativos. Además de eso, hay que tener en cuenta que cualquier “buena educación” flaquea cuando el hambre aprieta, las responsabilidades son grandes y la propaganda de la corrupción llega por todos los medios y en todas las formas. No hay educación -menos pública o privada- que resista al constante impacto de mensajes y ejemplos que buscan destruir o minar la moral de las personas.

Entonces, no es que la población que elige sea idiota o poca inteligente. La gente sabe bien a quién elige; aprendió a poner en primer plano sus propios intereses y, por tanto, mira bien y elige a líderes que le facilitarán o le harán partícipe de sus festines aunque sea con migajas.

Finalmente, a pesar de todo este panorama poco feliz, todavía hay esperanzas: Primero, existe un gran grupo de peruanos que luchan por lo que algunos desesperanzados llaman “las causas perdidas”: la paz, la libertad, la honestidad y la virtud en general. Segundo, en la medida que la corrupción es promovida desde el gobierno hacia la población, es posible iniciar el cambio.

Por: Dennis David DP. Facultad de Psicología UNMSM. Lima


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